Ante los dolorosos y graves casos de abuso sexual a niños y
niñas en las escuelas de nuestro país, que en las últimas semanas han salido a
la luz; en uno de nuestros talleres surgió la idea de hacer un
taller con niños en donde les acompañemos a entender por qué nadie, nunca debe
tocar su cuerpo y la importancia de contarle a un adulto de confianza, si
alguien los agrede en cualquier manera.
La idea me pareció interesante, agradecí la sugerencia y
aseguré que empezaríamos a buscar la manera de llevarla a cabo. Sin embargo al
empezar a reflexionarlo, a recabar información y a revisar los casos de abuso
sexual infantil que hemos visto en hombres y mujeres, hoy adultos, que acuden a
nuestra consulta, encontramos siempre un patrón: el niño no tiene un adulto a
quien confiarle lo que le está sucediendo.
El niño no tiene un adulto a quien dirigirse SIN MIEDO
cuando algo le ha salido mal, el niño no tiene un adulto con quien pueda hablar
en libertad sin temor a ser juzgado, etiquetado, reprendido o castigado. El
niño sabe, por ejemplo, que si al jugar en casa rompió un jarrón será llamado torpe,
descuidado, desconsiderado, necio, majadero, inquieto y más. Muchos niños saben
que cuando algo les ha salido mal, sus adultos van directamente a la reprensión
y al castigo; con frecuencia no hay nadie interesado en saber cuál ha sido la
vivencia del niño, cómo sucedieron los hechos y, sobre todo, cómo se siente el
niño. Lo más probable es que el pequeño esté asustado con el jarrón roto, que se
sienta triste, que quiera remediarlo y no tenga los recursos para hacerlo, y
además de todo esto, tenga también que aguantar los sermones, castigos o
golpes, de los adultos en los que se supone que debería confiar cuando algo le
sucede.
¿Podrá confiar el niño en estos adultos? Supongamos que el
jarrón se rompió cuando nadie lo vio ¿será capaz el niño de ir donde mamá o papá y
contarle, en calma y libertad, lo sucedido? ¿tendrá el niño la suficiente
confianza en sus adultos para decir “mamá, papá, rompí el jarrón, ha sido un
accidente”? e inclusive si es que llegara a decirlo ¿le creerán sus padres? O negarán
la versión del niño: “¿cómo que ha sido un accidente? Ningún accidente, esto
pasa porque eres un descuidado, ya te hemos dicho mil veces que no juegues en la sala, ¡pero eres
necio!, tú no entiendes, no haces caso ¿qué voy a hacer contigo? A partir de
ahora, olvídate de esa pelota, te la quito y no te la volveré a dar ¡para que
aprendas!”
En este punto, ¿cómo se siente el niño? ¿puede sentirse
escuchado, comprendido o amado?. La próxima vez que rompa un jarrón ¿será capaz
de contarles a sus padres? ¿o preferirá esconder los restos del jarrón y
procurar que nadie, jamás se entere?. En este escenario, reflexionemos: ¿los
padres han sido capaces de generar un ambiente de confianza, de intimidad
emocional, para que el niño hable abiertamente de lo que le sucede? ¿o acaso están
cultivando en su hijo habilidades para esconder la verdad?. Quizá estos
bienintencionados padres, sin saberlo, están enviando a su hijo a vivir en
soledad los episodios difíciles de su vida.
Si el día de mañana este mismo niño es abusado por un pedófilo,
que además se asegurará de hacer sentir culpable al niño por el abuso sexual
del que ha sido víctima y lo amenazará con ser el culpable de su propia muerte
o la muerte de sus padres si llega a contar a alguien sobre lo sucedido, ¿será
el niño capaz de llegar a casa y contar a sus padres lo que le ha pasado? ¿sentirá
que sus padres le van a creer, escuchar, comprender? Las experiencias previas
del niño ¿le harán pensar que sus padres se pondrán de su lado? Estos padres
¿habrán sido capaces de generar la intimidad emocional suficiente y adecuada
para que su hijo pueda hablar de las cosas “malas” que le suceden?
La realidad es que los niños van integrando pensamientos del
tipo: “si por un jarrón roto se enojaron tanto conmigo, por esto que me ha
pasado con el profesor se enojarán mucho más”. Y es ahí cuando se quedan solos
y el abuso (sexual, físico, emocional) empieza a perpetuarse.
Resulta curioso que muchos abusos (sexuales, bullying) se
dan día tras día, sin que los padres del niño se enteren, los diferentes
organismos de control lo saben y crean campañas para motivar a los niños a que
cuenten a sus padres lo que les sucede y eso está bien, no estoy contra esas
campañas, pero ¿y si el niño teme que si cuenta a sus padres, éstos también le
culpen por lo que le está pasando? ¿y si el niño teme a sus padres? ¿y si el
niño tiene la experiencia de que sus padres siempre lo juzgan en lugar de
escucharlo? ¿y si el niño sospecha que no van a creerle? ¿podemos pedirle (exigirle) a
este niño que les cuente a sus padres que hay alguien que lo está
lastimando?. La verdad es que, es muy difícil que en estas condiciones un niño sea
capaz de sentir que cuenta con alguien que vaya a ayudarlo sin juzgarle, ni castigarle.
Por eso pienso que las campañas de sensibilización deben
dirigirse también a los padres, somos nosotros los responsables de desarrollar la
suficiente conexión e intimidad emocional para que nuestros hijos se sientan en
libertad de contarnos LO QUE SEA que les pase o que hagan, que sientan que no
serán juzgados, sino que serán escuchados, comprendidos, amados, protegidos, apoyados y educados por los
adultos encargados de su bienestar: sus padres.
Ojalá la próxima vez que una pelota rompa nuestro jarrón,
podamos decir: “Cariño ¿me cuentas que sucedió?” y escuchemos activamente y con
serenidad su respuesta, a partir de esta escucha activa podremos educarlos: “Mi
amor, sé que te encanta jugar fútbol y que desearías poder jugar con tu pelota
a toda hora y en cualquier lugar, pero dentro de casa hay cosas que pueden
romperse si pateamos una pelota, como este jarrón”. De este modo no estamos
juzgando al niño, ni lo estamos atacando, al contrario estamos reconociendo sus
sentimientos: pasión por el fútbol y a la vez le estamos dando la información
necesaria para que sepa las razones por las que no podemos jugar fútbol dentro
de casa. Esto es EDUCAR. Al hacerlo de este modo tenemos muchas más posibilidades
de que el niño entienda eso que le queremos enseñar.
Cuando educamos desde el respeto y el amor, el niño sabe que
sus padres estaremos de su lado cuando algo malo les suceda, que les
acompañaremos a aprender lo que necesiten aprender a lo largo de la vida y a
comprender lo que conviene y lo que no, y sobre todo, nuestros hijos sabrán que
cuando algo malo suceda SIEMPRE SIEMPRE podrán contar con nosotros y con
nuestro amor.
Cuando hay un abuso, los niños ya saben que algo malo les ha
pasado, no necesitan demasiada información para saber que están sufriendo y que
precisan ayuda, pero lo que sí necesitan es saber que habrá un adulto que les
creerá y que los rescatará sin antes juzgarle o castigarle y esto no lo
aprenden cuando les decimos “me tienes que contar si algo te pasa”, no, eso lo
aprenden con lo que viven con nosotros día tras día tras día.
Daysi Arcos
Coach de Familia e Inteligencia Emocional
Crianza Consciente y Respetuosa
mamialamedida@gmail.com
WhatsApp 0998825873
Cuenca.
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