lunes, 27 de marzo de 2017

LOS NIÑOS QUE SE PORTAN MAL, SON NIÑOS CON NECESIDADES INSATISFECHAS


En un momento de mi vida, luego de haber decidido que dejaría atrás los ambientes y horarios de oficina para dedicarme a ser madre a tiempo completo, se me ocurrió la idea de montar un negocio propio que me permitiese trabajar desde casa a la vez que estaba con mis hijos, que en aquel tiempo tenían 5 meses la pequeña y 4 años el mayor. Lamentablemente la idea no fue correctamente analizada desde el principio, no pude darme cuenta a tiempo de que el modelo de negocio que había elegido, en realidad no me dejaría espacio para compartir con mis hijos, jugar, cuidarlos, pasear, hacer tareas, conectar con ellos, regalarles mi presencia, ni ninguna otra cosa que requiera tiempo y serenidad.

Sin darme cuenta cada vez estuve más y más involucrada en mi negocio, la jornada habitual estaba entre 11 y 12 horas diarias, en ocasiones llegaba a trabajar 14, 16 y hasta 23 horas seguidas. Al terminar cada jornada únicamente necesitaba dormir, por supuesto en ese estado era absolutamente incapaz de regalar cantidad ni, mucho menos, calidad de tiempo a mis dos pequeños.

El tiempo que tuve el negocio aquel, es hasta hoy una de las épocas de amargo recuerdo para mi esposo y para mí, y seguramente que lo es también para el inconsciente de nuestros dos pequeños tesoros. Durante esos días mis hijos pasaban por dos estados: no tener madre o tener una madre agotada y estresada hasta el extremo. ¡Pobres mis chiquitos!

Sin embargo, esta etapa me mostró de forma clara y contundente una indiscutible verdad: Los niños que se “portan mal” son niños con necesidades insatisfechas.

¡Sí! Niños que no tienen satisfechas sus necesidades básicas de: sentirse amado, importante, seguro, protegido, aceptado, validado, comprendido, contenido y acompañado; necesidades básicas de: presencia de un adulto disponible para ellos, juego, conexión, auténtica presencia… en fin, necesidades que sólo pueden satisfacerse cuando hay un adulto con tiempo y calma para acompañar a los pequeños en su día a día.

Durante este tiempo tuve la oportunidad de desconocer a mi hijo, se había convertido en un niño
“problemático”, por donde iba se metía en líos, era una bomba de agresividad y grosería, no lograba integrarse a grupos de otros niños pues su interacción con ellos terminaba con frecuencia en conflicto. Cada vez que surgía un inconveniente causado por mi pequeño, yo me enfurecía y pensaba “a este niño hay que educarlo” y usaba todas las estrategias que todo el mundo recomienda usar: lo regañaba, lo castigaba, lo sermoneaba, le quitaba privilegios, lo mandaba a la silla de pensar, le pedía que reflexione sobre su comportamiento (a sus cortos 4 años) y me enfurecía ante su escasa reflexión.

Para mi sorpresa y desesperación, todas estas medidas no daban los resultados que los libros, los psicólogos, las vecinas, las otras madres y hasta los programas de tv, decían que debían dar. Al contrario habíamos caído en un doloroso círculo vicioso: mi hijo se comportaba mal, yo me enfurecía, lo castigaba, mi hijo se portaba peor, yo me enfurecía más y el ciclo se repetía. Y así, metidos en una bola de nieve cada vez más densa y pesada, veíamos como la relación con mi hijo se destrozaba y como yo había perdido totalmente el control sobre la conducta y educación de mi niño.

Sé que hay niños a quienes los castigos logran intimidar y sus padres tienen perfectamente controlada la conducta de sus hijos. Son niños a quienes han logrado adiestrar y su vivencia es dura y triste, con consecuencias que perduran al paso del tiempo, no fue éste el caso de mi hijo y no es de estos niños de quienes hablo en este post.

Al cabo de un año me dije: ¡No más! ¡No es así como quiero relacionarme con él! ¡No quiero que siga viviendo sin madre y teniendo que defenderse de su madre! Decidimos cerrar el negocio, jamás me arrepentiré de esa decisión ¡ojalá la hubiese tomado antes!

Cuando cambiamos de vida y mis hijos empezaron a tener una mamá que se sentía más en calma, más serena, menos estresada, más a gusto con la vida, es decir una mamá más feliz consigo misma, mi hijo cambió “por arte de magia”. Lo sé no fue magia, fue el alto que hice a mi vida, fue el pararme a pensar qué decisión era la mejor para nuestra vida de familia, qué era lo que realmente mis hijos necesitaban: si más dinero o más mamá; fue el amoroso apoyo de mi esposo para dar prioridad a la crianza de nuestros hijos, fue el darme cuenta que había dejado a mi hijo a que se defienda sólo ante el mundo y que lo hacía de la mejor manera que a su corta edad lo sabía hacer, fue darme cuenta de que mi hijo resolvía sus asuntos de la forma en que podía y que no contaba con mamá para ello, mamá estaba demasiado ocupada, mamá estaba en casa pero no estaba con él, fue el darme cuenta de que mi hijo me necesitaba con urgencia y que sólo yo tenía el poder de satisfacer su necesidad.

Una vez que pasé por esta dolorosa pero iluminadora toma de consciencia comencé a ser capaz de conectar día a día, tarde a tarde con mis niños y pude ver a mi hombrecito transformarse desde el primer día. Toda vez que tuvo la atención y mirada absoluta de mamá, su comportamiento inmediatamente era mucho más colaborador, empático, respetuoso, solidario, amigable… nunca antes estuvo más claro para mí, aquello de que “los niños son el reflejo de lo que viven”.

Poco después me llegaría el descubrimiento de la Crianza Consciente, un camino lleno de luz y aprendizaje. Este aprendizaje tuvo varias maestras, una de ellas ha sido Sandra Ramírez a través de su libro “Crianza con apego. De la teoría a la práctica”, es una lectura obligada para quienes quieran ejercer este tipo de crianza, el fundamento científico en el que Sandra asienta sus conceptos es claro, contundente e iluminador.

En el octavo capítulo, Sandra habla de los métodos conductistas: la silla de pensar, el tiempo fuera, el mágico 1, 2, 3… y muestra cómo los niños pequeños no tienen la madurez necesaria para analizar y reflexionar su comportamiento; lo único que los niños logran entender es que se trata de un castigo y en los casos en que estos métodos “funcionan” es porque han logrado infundir miedo en el niño, lamentablemente funcionan únicamente mientras dure el miedo, por tanto, en cuanto el niño crezca lo suficiente para ya no sentir miedo o en cuanto mamá y/o papá no se enteren de la falta cometida, se sentirán libres para comportarse como les venga en gana pues no hay nada que temer. Fruto de aquello nuestros hijos se vuelven hábiles para la mentira y sigilosos para esconder la verdad. Por lo tanto estos métodos si bien pueden llegar a controlar la conducta de nuestros hijos, no nos ayudan a auténticamente educarlos, transmitir valores, ni a que aprendan las verdaderas razones por las que conviene tener un comportamiento diferente.

La lectura del libro de Sandra, aclaró mis ideas respecto a que para educar a nuestros hijos ellos necesitan de nuestro acompañamiento, de nuestra guía para que puedan reflexionar, de nuestras preguntas acertadas para ayudarlos a comprender por qué su comportamiento fue inadecuado y de nuestro amor para generar aprendizajes que perduren a lo largo del tiempo y que sean una ayuda útil a la hora de relacionarse con los demás o de cumplir con sus obligaciones.


Hoy es absolutamente claro para mí, que cuando una madre o un padre se siente desbordada/o por el comportamiento de su hijo o hija, si siente que ya lo ha hecho todo y que nada funciona para mejorar la situación, es urgente revisar su relación con su hij@, su tiempo y conexión juntos y el ejemplo que le está regalando para la resolución de conflictos. Los hijos son un maravilloso, y a veces doloroso, espejo, suelen estarnos mostrando las cosas que están por corregir en nosotros mismos.

Daysi Arcos
Coach de Familia e Inteligencia Emocional
Crianza Consciente y Respetuosa
mamialamedida@gmail.com
WhatsApp  +593 998825873
Cuenca.

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